sábado, 4 de diciembre de 2010

Un paseo en bicicleta

Seguia pedaleando. No entendía como, pero seguia pedaleando. Martina había escuchado hablar de gente que estaba horas y horas arriba de una bicicleta. Pero esa gente estaba entrenada. Ella no. Lo mas cercano al ejercicio son las seis cuadras de ida y seis de vuelta que camina al trabajo y despues a su casa nuevamente. Pero ella seguía pedaleando. Los frenos parecian no importarle. Solo estaban de adorno.
Al encontrarse con un paisaje poco motivador, por momentos se animaba a cerrar los ojos e imagina el recorrido. Con otros colores, mas vivos. Imagina pasar por debajo de unas plantas gigantes que al tocarlas levemente le transmiten la sensacion de frescura que necesita. Al encontrarse con la gente, la saludan, y ella devuelve el saludo coordialmente pero con alegría. Imaginacion y realidad ahora se mezclan y no sabe cuál es cuál. No sabe si pertenece al mundo en el que creció o en el que se acaba de inventar. Por el camino aparecen conejos que sonrien, gente con paraguas donde solo llueve cuando uno se pone debajo. Alrededor todo esta soleado. Martina se encuentra seres que le llaman la atencion. Por ejemplo, un caballo con trompa de elefante, una paloma con bigotes de gato y una señora con pico de loro.
Ni hablar de las mujeres de piel blanca como la leche, con sus caderas anchas y rulos desquisiados. Estan por todas partes. Aunque algunas saben esconderse para saltar sobre ella cuando está desprevenida.
Existen hombres mono, pero no son muy amigables. Ellos creen ser los reyes del lugar. Solo adornan el circo, pensó Martina. Por momentos se ponen a la par de su recorrido y la siguen unos cuantos metros. Pero luego de un rato se cansan y se retiran.

Las horas pasan. Y Martina sigue pedalenado. Cada vez con menos fuerza. Aunque sigue entusiasmada con el mundo descubierto, ella quiere volver a su hogar. Andubo tanto en su querida bicicleta, que cuando se dió cuenta, estaba muy lejos del punto de partida.
Al emprender el retorno, observa que los conejos ya no estaban. Ahora observa gatos callejeros y las mujeres con pico de loro emigraron a otra ciudad. Se tiene que conformar con ver viejas con las bolsas de los mandados. Muchas personas ya no usan paraguas.
Con la poca fuerza que le queda; llega a su casa, deja la bicicleta y se prepara un sandwich de jamon y queso.
Sonrie. Sabe que volvió y tal vez nunca regrese a ese mundo magico.
Tal vez.

1 comentario:

nicolas dijo...

martina en el pais de las maravillas.
me gustaron los paraguas q hacen q llueva cuando los usas, jaj
abrazo!